lunes, 31 de octubre de 2011




Por lo general, los capitalinos preferían aflojar las heces fecales en las esquinas para que un carretón tirado por mulas pasara al anochecer a recogerlas.4

Muchas costumbres del México decimonónico fueron heredadas de la Colonia, y aun cuando el virrey de la Nueva España, Carlos Francisco de Croix, en 1769, prohibió por un decreto aflojar desperdicios a las calles, siguió haciéndose hasta bien entrado el siglo XIX.5

En 1824 hubo un intento similar; pero las vicisitudes políticas y limitaciones económicas lo bloquearon.

Los escasos recursos federales, que hubieran servido para mejorar la higiene de la ciudad, se dedicaban al aparato de guerra y a mantener un pequeño grupo que vivía de hacer política desde los puestos administrativos.

De esa manera, durante las primeras décadas del siglo XIX, se dieron las condiciones necesarias para que el cólera hiciera estragos entre la población capitalina.

EL MIEDO; UNA FORMA DE LLEGAR AL COLERÁ

Las consecuencias de una catástrofe generalmente tienen grandes alcances sobre la sociedad afectada, influyen en múltiples aspectos y, en el peor de los casos, pueden destruirla. La historia de la humanidad registra terremotos, incendios, erupciones dé volcanes, guerras o enfermedades que han destruido civilizaciones y culturas.

A una enfermedad sólo le toma algunos meses o años destruir lo que a los humanos costó siglos generar.

La epidemia del cólera que azotó la ciudad de México en 1833, afectó a la población en muchos aspectos, sin embargo, donde más repercutió fue en el estado anímico de la misma. Las personas, afectadas o no, reaccionaban psicológicamente de distintas maneras, una de ellas fue el miedo.

Una vez que se presentaron los primeros casos de cólera, la capital no volvió a ser la misma; “Las calles silenciosas y desiertas en que resonaban a distancia los pasos precipitados de alguno que corría en pos de auxilio; las banderolas amarillas, negras y blancas que servían de aviso de la enfermedad, de médicos, sacerdotes y casas de caridad; las boticas apretadas de gentes; los templos con las puertas abiertas de par en par con mil luces en los altares, la gente arrodillada con los brazos en cruz derramando lágrimas. A gran distancia el chirrido lúgubre de carros que atravesaban llenos de cadáveres.., espantosa soledad y silencio”.6

El temor al cólera propició que la enfermedad tomara dimensiones apocalípticas y contribuyó en gran parte a vulnerar el sistema inmune de las personas.

Un ejemplo de esto fue el caso de doña Dolores de Caballero de los Olivos, quien “había sufrido un trauma psíquico considerable al aparecer los primeros casos de cólera. Días después enfermó de cólera y su psicosis contribuyó a un estado catatónico. En estado de muerte aparente fue llevada a la iglesia de san Diego, donde quedó depositada. Por el intenso trabajo de los sepultureros, enterrada al siguiente día. Sin embargo, en la madrugada se disipó su estado catatónico y doña Dolores, como alma en pena, con un cirio encendido en mano recorrió las larguísimas calles del Calvario y el Puente de San Francisco... hasta llegar a La Casa de los Azulejos, con el pavor de sus familiares y criados”.7

Casos como estos eran frecuentes en tiempos de cólera, pero qué otra cosa se podía esperar cuando no existía información confiable sobre él, sólo la certeza de que quien lo padecía podía morir.

El doctor Juan Nepomuceno Bolaños nos cuenta dos casos muy curiosos, uno de ellos sucedido al licenciado don Joaquín Miura Bustamante, quien tenía tal horror al cólera que aun cuando no había aparecido en la república, ya la idea de esta enfermedad lo afligía, se puso a dieta con mucha anticipación... y no hablaba de otra cosa… que de las causas que predisponen al cólera, de las señales que lo anuncian, de lo terrible de sus síntomas, etc. El cólera se presentó y entre los muchos atacados fue uno de ellos… el resultado fue funesto”.8

Era obvio el desenlace, porque don Joaquín no sabía que el miedo a la enfermedad era perjudicial en tiempo de cólera. El resultado, bajo cualquier tratamiento, hubiera sido el mismo puesto que él se había señalado con anticipación como una de las víctimas.

El otro caso tuvo un resultado opuesto. “El enfermo se hallaba en el más grande abatimiento, demudado el semblante, casi sin poder hablar y con todo el cuerpo frío y tieso. Comprendí que todo esto era causado en mucha parle por el terror de que estaba sobrecogida la persona... con tono seguro y decisivo dije a los circunstantes en voz clara, para que lo oyera el enfermo. No es cólera lo que tiene este señor, ni son éstas disposiciones de la epidemia. Aquí hay mas


CUESTIONARIO


1. ¿Por qué la inestabilidad política aumentó la propagación de la enfermedad?

2. ¿Cómo reaccionó el Estado ante la epidemia del cólera?

3. ¿Por qué la sociedad capitalina frente a la epidemia del cólera recurrió a la iglesia?

4¿Cuáles fueron las circunstancias políticas que ayudaron al esparcimiento de la enfermedad?

¿Cuál es la responsabilidad del gobierno ante las epidemias?

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